Juan me llama así, Yuka, no es feo el nombre, suena más exótico que mi pobre compañero, mi amigo Poto. Por la noche, cuando todos están acostados, susurramos muy bajito para no despertarlos, y me comenta que está cansado de su nombre, del peso de sus hojas, qué crece demasiado deprisa, y que el día menos pensado va a cometer una barbaridad.
No puedo decirle que su nombre es bien feo, porque le haría daño, pero para que se tranquilice halago sus ramas retorcidas en tirabuzón, y sus diferentes verdes, y él sonríe de medio lado, con una sonrisa triste que me recuerda a una lámina de una señora muy estirada que tiene Juan en su estudio. Y le tranquilizo, diciéndole que no puede hacer nada, que descanse, que no se puede defender, y que disfrute el momento. Le digo que es precioso, que es la envidia del vecindario, que Juan está muy orgulloso de él, y que le oigo intercambiar con las vecinas sus avances horticultores, mientras alguna le dice que está muy delgado, y le regalan flanes caseros, le regalan demasiadas cosas. Y Poto me dice que no le gusta nada el vecindario, y que Juan no se entera de nada.
Para tí es fácil Yuka, eres esbelta, no necesitas demasiada agua, ni soportas este peso, que tengo las raíces cómo las varices de la vecina del quinto. ¡Te digo que un día hago una locura.Yo le miro y sonrío, y me giro buscando el sol tenue que ya se va filtrando por la galería, sé que es una cuestión de carácter, de pigmentación , clorofila, o de vientos, no lo sé muy bien, lo cierto es que Poto y yo somos muy diferentes. La verdad es que a veces al pobre las hojas se le tornan de un color amarillento, que parece que tiene una enfermedad malísima.
Piensa demasiado Poto, tiene un verde desgastado, y cuando se asoma ese amarillo pseudo asiático, se asusta, sabe que Juan cogerá las tijeritas, y que se pondrá a cortar por aquí y por allá. Juan es muy buena persona, pero cuándo tiene un mal día en el trabajo, o discute con su mujer, o se le estropea el coche, le da por ahí, y ya sabemos lo que pasa, que toca pedicura. Conmigo no se ensaña mucho, no tengo mucho que cortar, y visto lo visto, se agradece él haber nacido así.
Tiene razón Poto, yo no tengo ese problema, mi cintura aguanta todo. Pobre, la verdad es que tiene que aguantar mucho. A mí con un poco de agua y la vista del mar, me basta, ni sol necesito.
No tenemos mucho más que hacer al cabo del día, sólo contemplar el paisaje desde casa, y sonreír cuándo hay visitas. Y el paisaje cambia, dependiendo del viento que haga. Hoy dice Juan que alienda el sur, y se ve perfectamente nítida toda la bahía. El viento sur es terrible, todas las cristaleras comienzan a temblar, las persianas empiezan a convulsionar, y parece que van a salir volando. Un día pasó, yo me desperté con el grito agudo de la mujer de Juan, yo creo que iba para tiple de opereta, y ahí la ves, se quedó en cajera de supermercado, así que también le es muy útil.
A Poto ese día le habían puesto ese día en la ventana del pasillo, que por lo visto tiene orientación norte, y no se entero de nada, se acatarró un poco, pero nada más.
Yo estaba asustada, cuando vivíamos con Juan en la meseta, lo peor que podía pasarte es que se olvidasen de ti en el alféizar de la ventana en esos días que las temperaturas rompen el termómetro. Pobre Juan, me acuerdo de la cara que puso cuando se olvidó de Pascua, lo pasó fatal, diez grados bajo cero, dijo el hombre del tiempo en la televisión. Con los ojos aún encharcados llegó hasta el cubo de la basura, la envolvió cuidadosamente al fondo de la bolsa, y se sentó en el sillón de mimbre tipo Enmanuel. Se puso a releer sus libros de jardinería cómo quien lee un prospecto al salir del médico, hizo tiempo esperando que llegase la noche, y así olvidar, mientras la cajera le repetía histérica que no entraría nunca más una planta en su casa. Prometió no volver a hacerlo.
Era bonita Pascua, parecía una estrella de Hollywood, muy callada en su papel de pose permanente junto a los artilugios de Navidad. Siempre estaba rodeada de cajitas envueltas cuidadosamente en papel charol con unos enormes lazos, o bien presidiendo la mesa en las cenas de Navidad. La adornaban con bolitas salpicadas de brillantina y piñas, que Juan compraba en colores chillones, para que ella aún destacase más.
Un amigo de casa dijo una vez, que las flores de pascua tenían algo de narcisistas o megalómanas, no soy yo quien para entender estas palabras, pero si me gustaría saberlo por curiosidad, no sea que haya estado conviviendo con una planta carnívora o algo parecido, aunque creo que no se refieren a eso. La pobre Pascua aguantó lo inimaginable, no me hubiese gustado estar en su corteza. Aguantó desde taponazos de cava, hasta salivazos de las gentes que llegaban a casa, trocitos de turrón y nueces, y alguna otra cosa muy desagradable, que prefiero no nombrar, y menos recordar. Le clavaban de todo en la tierra de su tiesto, y los que al principio hablaban en un tono moderado y educado, al cabo de pocas horas, dormitaban por todos los lados, y hablaban sin eses, llegando a sepultar con sus gritos la voz de la tiple frustrada, que curiosamente tenía ya a esas alturas la voz más parecida a la del afilador que pasaba a veces por la calle arriba.
Yo observaba, es lo que más me gusta del mundo. Nuestra especie está destinada a ser un poquito vuayer, aunque piensen que es al revés. Nunca le tuve envidia a Pascua, Juan me decía de continuo que yo era más fuerte, que Pascua era más frágil, y que necesitaba más cuidados. A mí me daba igual, de verdad, prefiero pasar inadvertida Sí es cierto que me dió mucha pena, cuando la vi allí totalmente rígida, helada, escarchada cómo las frutas de Navidad, que tantas veces le habían hecho de gogos en la mesa navideña. Tenía cara de haber cumplido una misión efímera, cómo ya lo habían hecho todos sus antepasados, con la indolencia y resignación propias de los que ya solo están por estar. Menos mal que a mi amo que se le pasó la tristeza por la pérdida de Pascua, y trajo a Poto, aunque me hubiese gustado tener a alguien más vital al lado, pero bueno, no hay mal que por bien no venga.
-Pues tú me dirás lo que quieras Yuka, pero yo me corto las raíces, o me tiro por la ventana, pero algo hago. Tengo un sarpullido por todo el cuerpo, que no me deja parar, y cómo lo vea Juan, no lo podré resistir Yuka.
Poto era una planta hipocondríaca. Tenía tres largos tallos, y cuando digo largos, hablo de un metro y medio por tallo, con todas sus hojas, que eran muchas. La verdad es que a mí Poto se me parecía a veces a los costaleros que salían en Semana Santa en la televisión, ahí aguantando estoícamente kilos sobre su espalda. . El pobre no tenía mi tronco, ni mucho menos, así que sufría mucho. Yo le decía que era mejor que Juan le sanease de vez en cuando esas rastas verdes, para que así se notase mas ligero, y se animase un poquito, pero él erre que erre, le tenía un miedo espantoso a las curas de Juan, y no era para menos, era una auténtica carnicería aquello. Juan ponía muy buena voluntad, pero tenía un poco de torpe y un mucho de cirujano del Monte Sinaí.
-Yuka, lo he decidido. Le he oído decir a Juan que es ahora en Noviembre, cuando sopla con más fuerza el viento sur.
-Pero Poto. ¿A ti que más te da?.
-Pondré cara de tristeza a ver si me sacan a la galería, y alienda o cómo se diga, a ver si hay suerte-aseveró el Bob Marley vegetal..
-¿Sabes que es alendar, Poto?
-Creo que significa que comienza a soplar. Lo dicen las gentes de aquí.
-Bueno, tú verás. No hagas locuras, anda.
Hoy me ha dicho Juan que en Diciembre ya no hay apenas vientos sur. A Poto le vi salir volando aquella misma noche, en una ráfaga de sur muy fuerte. El lo quiso así. Hoy decora la cocina de la mujer del basurero que le recogió maltrecho en la calle, sin sospechar el pobre hombre, que había recogido a un suicida. Me han dicho que a día de hoy convive con un gallo de cerámica portugués que tiene muy malas pulgas, tres geranios, una colección de platos de dudoso gusto, y una docena de gatos. Juan me ha traído a casa a Pascualilla, parece agradable. Los vientos sur han cesado y la navidad está a la vuelta de la esquina.
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